En la segunda entrada de este blog hablaba de las escuelas del Ave-María, apenas unas pinceladas sobre aquella temprana etapa de mi vida. Vuelvo la vista atrás para recordar otros muchos detalles de aquellos años escolares. Y recuerdo como en el primer año que acudía a la escuela, sería en el curso 1967-68, una lluviosa tarde de otoño o invierno, estando en la clase de la Ramonita me llamaron pues tenían que hacerme una fotografía. Nos llamaron a mi hermano y a mí, pues mi hermano estaba entonces en cuarto de primaria, con Don Germán Tabar. ¡Vete con tu hermano, que te van a hacer una foto!, me dijeron. Aquello era todo un acontecimiento. Aquella era una especie de foto-recuerdo del colegio, tradicional por otra parte en aquellos años de la escuela en el franquismo. Mi hermano tenía 9 o 10 años y yo cuatro cumplidos. Nos pusieron detrás una especie de lona impresa como escenario de fondo, arcaico photocall que diría uno ahora, donde aparecía una foto del papa Pablo VI, el mapa de España y otros motivos escolares alusivos, nuestras manos sobre un libro. Yo llevaba una bata de rayas, como era tradicional en aquellos años, el pelo cortado y peinado a lo romano, como se llevaba entonces y una mirada, la verdad, un poco asustadiza. ¿Quien iba decir, entonces, lo que te depararía la vida, cuando apenas estabas descubriendo este mundo?.
Nuestro equipamiento escolar se componía, aparte de la bata, (debajo llevaba un jersey de lana tejido por mi madre y unos pantalones cortos), la cartera, la mía creo haberla vista hasta hace unos pocos años en casa, era de color verde y asas blancas con una ilustración escolar alusiva y colorista, los cuadernos de caligrafía de Rubio, con las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir en la contracubierta, los cuadernos de caligrafía donde modelar la letra, aquella letra redondeada que nos obligaban a perfilar decenas de veces (¿donde quedaría aquella redondeada letra tras los apuntes de mi época en la universidad?), el plumier con sus rotuladores Carioca, la goma de borrar Milan (algunas olían a nata) y el eterno sacapuntas para afilar el lápiz con rayas amarillas y negras de Cedro o las pinturas Alpino. Más tarde llegaría el boli Bic, «bic naranja, bic cristal, dos escrituras a elegir…bic naranja escribe fino, bic cristal escribe normal, bic, bic…» decía el anuncio que a partir de 1970 veríamos en casa, en aquella primera televisión en blanco y negro. Había otros momentos en la escuela en los que surgía, de pronto, la ilusión en nuestros pequeños mundos infantiles. Era aquellas veces en los que un señor muy serio venía a la clase para regalar unos albumes de cromos que el maestro sorteaba entre los alumnos. Por desgracia nunca me tocó uno de aquellos. A mi hermano sí, y aun lo recuerdo: era uno sobre el Antiguo Testamento. La verdad es que, como son las cosas, recuerdo más y aprendí más de la Historia Sagrada a través de aquellas coloristas ilustraciones del álbum de mi hermano que de la clase de Religión que nos daba el cura de turno.
De entre los libros de texto recuerdo especialmente la enciclopedia Alvarez, obra de Antonio Alvarez Pérez, un texto clásico, con abundantes ilustraciones y explicaciones sencillas, un compendio de temas y asignaturas: religión, historia, geografía, literatura, matemáticas, lengua. Era una especie de libro todo en uno, con dictados y problemas. De aquel libro y aquellos años recuerdo el típico dictado-lectura de Platero, la canción del Pirata de Espronceda o la del sabio que recogía lo que otros tiraban de Calderón pero sobre todo un poema muy gracioso que decía asi: «Un andaluz muy guasón hablando de ortografía, quiso dar una lección y dijo que se escribía con h melocotón. Dispense usted que le tache replicó un hombre de seso, para que pueda ser eso, ¿Donde se pone la h?. Que donde?. En er mismo hueso». Dictados, lecturas (cuanto se reían algunos de los más torpes leyendo), problemas de matemáticas y algunas lecciones de Geografía, con el mapa de España colgado junto al encerado negro, aun recuerdo los nombres de los ríos, (la enseñanza era entonces toda memorística), constituían el grueso de nuestra enseñanza en aquellos lejanos cursos de Primaria en las escuelas del Ave María. Los castigos en la escuela que se alargaron hasta el final de la EGB básicamente se resumían en copiar 100 veces una frase alusiva a no hacer la presunta falta cometida, esto en las edades más tempranas, quitarte el recreo y pasar este tiempo dentro del aula, ponerte contra la pared, el típico reglazo en las yemas de los dedos o en la palma de la mano, el estirón de orejas o el bofetón en la cara. No recuerdo aunque se que en otros colegios se realizaban el castigo de sujetar pesados libros con los brazos en cruz. En casa, los castigos más socorridos eran el de «castigado sin salir a la calle», o el más habitual, el del zapatillazo en las nalgas o en el culo, cuan veloz se quitaba mi madre la zapatilla.
Más tarde llegaría la Carbonilla y los tres últimos cursos de la EGB en el Cardenal Ilundain. En el último curso en el Ave María y siguientes, a las asignaturas tradicionales: Lengua, Historia, Matemáticas etc se le sumaban entonces aquellas clases de Pretecnología también llamada en otros tiempos de Trabajos Manuales: plastilina, dibujos geométricos (utilizando compases, reglas y cartabones), dibujos figurativos al carboncillo o paisajes con acuarelas temperas, trabajos de marquetería con aquella sierra de hilo (aun recuerdo aquel belen que estuvo un tiempo encima del armario de la cocina y que hice cerca de unas navidades, no se si de 1973 o 1974, con la ayuda de mi padre, siempre dispuesto a echarme una mano y que bien quedó). Recuerdo, una tarde como a un compañero, creo que estábamos en clase de Don Germán Tabar se le soltó bruscamente la sierra de hilo con tan mala fortuna que le atravesó la mano con gran susto para todos.