Sonidos, olores y sabores de antaño (1966-1986)

Seguramente muchos de estos recuerdos han aparecido dispersos, por aquí o por allá, en este blog,  a lo largo de sus más de 350 entradas, pero me apetecía hacer un caleidoscopio de recuerdos, recuerdos donde, de una u otra manera, interviniesen alguno de los cinco sentidos que contribuyen a fijar nuestra memoria y a articular los recuerdos de nuestra vida.  Asi  que, por esta entrada, desfilarán, en primer lugar, algunos de los sonidos,  olores y sabores que recuerdo de mi infancia y primera juventud, dejando para otra ocasión otros sonidos, olores y sabores. Espero que muchos de estos sonidos, oores y sabores sean también los hayan compartido  algunos de ustedes, queridos lectores.

Son muchos los recuerdos de sonidos de aquel entonces, pero enumeraré tan solo algunos de ellos: recuerdo el inconfundible sonido de la armónica del afilador anunciando su presencia cercana en la calle; el sonido de las bolas del pinball rebotando en las paredes de la máquina del bar o de la sala de juegos;  las canciones de los 60 y 70 en la máquina de música  del bar; el sonido de las recreativas en la sala de juegos; la primera canción del baile del Club Natación a cargo de la «Orquesta Nueva Etapa», -en el Amaya «Los Clan» iniciaban su sesión con el tema  instrumental “Los hijos de Sánchez”-; el ruido de las bombonas de butano golpeadas por el repartidor, con el fin de avisar a los vecinos de su presencia; el denteroso chirrido de la tiza en la pizarra por parte del profesor, o el papel de lija frotando contra alguna superficie; el  golpeteo en las teclas de la máquina de escribir, -desde hace años relegada por todo tipo de artilugios electrónicos. ordenador, tableta, móvil-; los anuncios que había en los cines antes de las películas, en especial aquello de «Moooovirecord….» o Elso Publicidad; el  inconfundible  sonido de la marcación con los dedos en un teléfono de rueda, bien fuese de los más antiguos o de los de tipo góndola;

El sonido tan estruendoso de los antiguos despertadores, el sonido del pedaleo de la máquina de coser, el silbido del mata moscas presto a caer sobre el molesto insecto, el piar de los pájaros en el borde de mi terraza; el dificultoso resoplar de las antiguas locomotoras de vapor que pasaban a escasos 150 metros de mi casa; el canto de los grillos en las noches de verano; la música de las verbenas en las fiestas de mi barrio; la sintonía del parte de Radio Nacional; la algarabía de ruidos y sinfonías de las barracas: bocinas y sirenas de las atracciones unidos a los   mensajes del speaker de la tómbola; el silencio de encierrillo; la música del Maestro Bravo; las sintonías de tantos y tantos espacios de la televisión: «El Hombre y la Tierra», el «Un, Dos Tres», las series infantiles de los sábados; las voces de los locutores de los seriales de la radio; las canciones de Eurovisión, y un largo etc. En los últimos tiempos, ya no de mi juventud, pues estaba en la treintena, recuerdo el inconfundible ruido de las primeras conexiones de internet con con aquellos primeros routers de 56.000 baudios. Dejo abierta esta interminable lista de sonidos recordados que hoy díficilmente escucharemos, para que seáis vosotros los que vayáis completándola.

¿Qué olores me vienen a la memoria de aquellos años? Son igualmente muchos los que recuerdo: el olor de los libros nuevos, recién comprados, cuando nos tocaba forrarlos para que durasen; el olor de las chuches y las palomitas en el puesto de venta del cine antes de meternos en la sala, ya a oscuras. Los dispensarios donde nos ponían las inyecciones tenían un olor especial, además de provocarnos un profundo terror. Recuerdo el dispensario que había en las Casas del Salvador más allá del Bar Rodríguez, dispensarios a menudo regentado por monjas y más tarde por practicantes y enfermeras; y qué decir del olor de pan recién elaborado en una panadería de pueblo.

De la escuela recuerdo el olor de la goma de nata de Milán,  las pinturas de cera Manley, la plastilina o la arcilla en los trabajos e pretecnología, o el penetrante olor del pegamento Imedio. De casa recuerdo el olor de la colonia Heno de Pravia o el de de Vetiver de Puig; de las peluquerías y también de mi casa recuerdo el olor de la loción facial Floyd; de casa, el olor de las natillas espolvoreadas de canela o  los asados de cordero en el horno de la cocina económica y de tantas y tantas comidas que de solo evocarlas se me hace la boca agua.  Había olores penetrantes, la mayoría de productos de limpieza como el olor a la lejía «El Tigre», o el jabón «Lagarto», el olor de la cera Rinci que echaba mi madre en el suelo para que brillara o   el de otros  productos de limpieza  como el Netol, el Pronto o el Cristasol, o el olor a la vinagre que utilizaba mi madre para limpiar, -junto a una especie de arena-, la superficie de la cocina económica.   Recuerdo de la calle, el olor a verano, de la miés recién cosechada, o  el olor a tierra mojada, después de un buen chaparrón.

Había otros olores más desagradables como el olor de la leche quemada cuando te despistabas y se desbordaba;  o el olor de la leche agria cuando se cortaba, vete a saber porque; el olor cargante de los puros Farias; el olor de las bombas fétidas que se vendían como bromas en algún establecimiento;  el olor de la pólvora, -de petardos y pedorretas que también podías conseguir en aquellos años como artículos de broma y juego-;  el olor de los gimnasios a humedad, sudor y colchoneta; el olor a mueble viejo, un olor indescriptible pero muy reconocible, del interior de algunas casas e iglesias, por las que había transcurrido  inevitablemente el paso del tiempo. La lista de olores queda igualmente abierta.

¿Qué sabores recuerdo de aquella época?. Recuerdo muchos sabores, y como buen laminero, muchos de ellos estaban vinculados a las golosinas y pasteles: como  aquel sabor de las bombas de crema que comprábamos en el kiosko de la plaza de toros; el sabor del regaliz negro o rojo, las tortas de txantxigorri o las mantecadas de la Pachi; el sabor de la Nocilla o el Pralín, -mejor el primero que el segundo-. Recuerdo que intentaba convencer a mi madre diciéndole que tenía que comprar más Nocilla para seguir aumentando el amplio surtido de vasos de cristal del armario de la cocina, como si no supiera ella que el verdadero motivo no era, evidentemente, ese. Aquellas dulces meriendas de Nocilla y Pralin sustituyeron a las más austeras a base de bocadillos de chorizo o de chocolate Orbea o Zahor que habíamos tenido anteriormente. Los domingos no podía faltar el chocolate de hacer de Subiza o Pedro Mayo, acompañado de tiras del pan del día anterior,   los   churros   se   dejaban   generalmente   para   los   sanfermines   o   alguna fecha  especial. Otros sabores que recuerdo son los de la leche condensada «La Lechera» o el del vino quinado «San Clemente», que decían entonces servía para abrir el apetito a los niños, ja, ja.. Hoy sería inimaginable, como lo serían aquellos tentempiés a   base de pan empapado de  vino y azucar (sopanvino se llamaba).

También tengo nítidamente el recuerdo de sabores vinculados a las fiestas navideñas, el sabor del cordero lechal recién salido del horno,  (antes me he referido a su olor), y es que hay muchas comidas donde disfrutabas de ambos sentidos; algunos turrones que no he vuelto a probar desde entonces; el sabor de algunos batidos Kaiku o de refrescos como aquel primitivo  Kas tan alejado de los hiperdulces refrescos actuales. Más desagradable eran sabores como los de la aspirina, el aceite de hígado de bacalaos o  algunos jarabes (no todos, pues algunos jarabes, como la Caritina Lasa o  reconstituyentes, en forma de ampollas, olían y  sabían ciertamente bien). ¿Qué otros sabores recordáis y se os han quedado grabados en vuestra memoria?

Y para terminar apunto como aperitivo, para la siguiente entrega,  algunas otros sentidos y sensaciones, sensaciones táctiles como el tacto  del sofá de eskay que era un material que intentaba imitar al cuero y que seguro que estaba en aquellos tresillos de  casi todos nuestros cuartos de estar, o quien no recuerda el tacto tan rudo del papel «El Elefante», o el desagradable contacto de la piel con las ortigas del campo, y en el ámbito de las imagenes, donde hay tantas y tan diferentes imagenes, recuerdo muchas vistas en  la televisión que son casi historia viva o la evolución y los cambios de todo tipo (urbanísticos, sociales, etc) experimentados en nuestra ciudad como la imagen de los  antiguos  guardas de los parques,  la imagen del carrico del helado o la imagen de los dos rombos que veíamos en algunos programas de televisión, por poner tan solo unos ejemplos.

2 opiniones en “Sonidos, olores y sabores de antaño (1966-1986)”

  1. El olor que tenían las antiguas farmacias me encantaba

  2. A propósito del “olor a los libros nuevos cuando había que forrarlos “ en ese momento me ha venido el olor al plástico con el que se forraban. El olor al farias no falla en mi caso ligado a las retransmisiones de fútbol en blanco y negro o por transistor ( había algún señor que el domingo por la tarde paseaba con él pegado a la oreja pero lo oías a nada que pasarás cerca. Goleada de hoy ! Goleada!. Los Domingos por la tarde noche en San Nicolás abarrotado.
    Lo del olor especial de algunas iglesias y casas también. El olor en droguerías como Casa Ardanaz. …

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