Los Sanfermines del viejo Pamplona: las barracas (1965-1985)
Buceo en mis recuerdos más tempranos para intentar recuperar algunas imagenes de mi ciudad y de sus fiestas a través de los ojos asombrados de un niño. Un niño que iba con sus padres a las barracas, a los fuegos artificiales, a la comparsa, a las peñas, al toro de fuego. En diferentes entradas iré rememorando diversos ambientes o escenarios de la fiesta vistos desde diferentes edades de nuestras vidas. Comenzaré por uno de los escenarios preferidos de nuestros años infantiles, que sería también visitado con frecuencia en edades más tardías: el ferial de atracciones o como popularmente conocíamos ese recinto, las barracas.
Algunos años después, creo recordar allá por el año 1976 la continua llamada a una de las atracciones de la feria resonando por todo el recinto, «el monstruooo de guatemaaala», no llegué a verla pero por lo que me dijeron debía dar bastante grima, por lo rudimentario del truco. No obstante aquella llamada por la megafonía se me ha quedado grabada de forma indeleble en mi memoria hasta nuestros días. En aquellos años hubo muchas atracciones parecidas, que si el hombre araña o la mujer serpiente, etc. Si aquella megafonía del «monstruo de guatemala» machacó mis oídos en aquellos sanfermines del 76, recuerdo también en aquellos, ¿sería 1977? la fachada de una de aquellas casas del terror en la que un monstruo babeante de película de serie B, como el de la fotografía, sostenía entre sus garras, bamboleándose, el cuerpo inerte de una chica. Esas casas del terror eran variantes para personas más adultas del tren de la bruja, con espectaculares sustos, juego de espejos, telarañas, y a medida que pasaron los años efectos cada vez más gores o truculentos. Sin ese toque terrorífico había otras atracciones destacables como las del laberinto de los espejos.
A medida que crecíamos íbamos liberándonos de los padres y probando libremente otras atracciones, especialmente los autos de choque, embistiendo en aquellos primeros años de adolescentes fuerte contra los coches de las chicas (menuda manera de ligar), ¿cuantas fichas de plástico redondas y duros habremos dejado en aquellos autos de choque?, era todo un clásico de la feria, con sus grandes pistas, su música y su multitud de coches chocando unos contra otros, siempre había un coche que corría más. Una peculiar sirena avisaba que había finalizado nuestro turno. Con los años nos atrevíamos a subirnos en las cada vez más sofisticadas atracciones articuladas o de movimiento, que desafiaban cada año un poco más la gravedad y altura, pasando de las «las cazuelas» (La Ola) y El gusano loco a otras como el Saltamontes, el Siroco, el Pulpo, el barco pirata o barca Vikinga y tantos y tantos nombres y variantes de atracciones que había en aquellos años en la Feria. La noria gigante se quedaría para tiempos más tranquilos y en compañía femenina. En 1983, el precio medio de las atracciones era de unas 50 pesetas. Las barracas tenían otro color y sabor y se disfrutaban en aquellas edades de adolescencia tardía y primera juventud, sobre todo, por la noche. La noche se llenaba de luces multicolores, sirenas y mensajes entrecruzados de las diferentes atracciones, en un abigarrado espectáculo, siendo uno de los escenarios de obligada visita durante las fiestas.
Recuerdo otras atracciones (de tiro al pichón) en las que probábamos nuestra puntería con unas carabinas de perdigones con las que teníamos que acertar a unos palillos: un paquete de galletas o alguna botellita de vino moscatel eran algunos de los magros premios que te tocaban en suerte, tras muchos intentos fallidos. En otra caseta tenías que tirar con fuerza unas bolas como de trapo contra unos muñecos para llevarte el premio de rigor. En otras, como en la de la foto, tenías que acertar a unos globos con unos dardos. En la famosa caseta de Foto Retamosa tu puntería con la carabina se veía recompensada por una foto. En otra atracción había unas maquinas, las grúas creo que las llamábamos en las que teníamos que dirigir la grúa hacia uno de los muchos y atractivos premios que había en el fondo de unas urnas de cristal. No recuerdo haberme llevado nunca ni uno de aquellos premios y ya lo creo que lo intentamos.
Otras atracciones permitían probar la fuerza física: había una especie de «puching ball» en la que los más «macarrillas» solían probar su testosterona o fuerza bruta. Estaban también las casetas y/o mesones de comida, de salchichas frankfurt, de pollos asados (uno costaba allí en 1983, 600 pesetas), el olor y humo de las churrerías (la docena costaba entonces unas 75 pesetas), las maquinas de algodón, la tradicional barraca en la que aparecían dos baturros pisando uvas, menudo vino más fuerte aquel, y había otros espectáculos que se situaban en el recinto ferial pero algo más apartados del resto como los circos y los teatros de varietés. Entre los primeros recuerdo el Price, el de los Hermanos Tonetti, el circo Atlas, el circo Mundial, entre los teatros de feria de varietes estaban el Lido o el teatro de Manolita Cheng con espectáculos picantes de varietés.
¡Que divertidas las barracas! Pero que vértigo me producían,y como no me quería montar,mis tios :¡Hala tonta que no pasa nada! En fin…