Publicaciones infantiles durante el franquismo (1939-1975)
Aunque en alguna entrada del blog ya me he referido, en cierta forma, a estas publicaciones, si bien desde una visión personal y de recuerdo, -cuando murió Franco tenía tan solo 12 años-, en esta ocasión lo hago con un criterio mucho más historicista y profusamente ilustrada. Los cuentos e historias infantiles tienen una larga tradición en la literatura. De niños ¿a quienes, en casa, no le han contado un sucedido, una historia, un cuento o una fábula?. También es verdad que el dibujo, la viñeta, se revela casi siempre como el mejor vehículo para llegar hasta los más pequeños y retener su atención, es mucho más fácil que obligarle a leer un libro. Los dibujos animados de la tele han tenido siempre un voraz y fiel público menudo. El nuevo régimen surgido tras la guerra no perdió la ocasión de intentar influir y adoctrinar a los más pequeños a través de sus publicaciones infantiles absolutamente dogmáticas e ideologizadas: la falangista «Flechas» (1937) y la carlista «Pelayos» (1936) que se fusionarían luego bajo el nombre del semanario «Flechas y Pelayos» (1938). Durante la guerra, en la zona republicana nació «Pionero rojo» y en 1938 nacía la revista «Chicos» que cerró en 1955.
Hasta la guerra civil había dos grandes publicaciones de historietas, en primer lugar, el TBO, nacido el 17 de marzo de 1917, creado por el impresor Arturo Suarez en Barcelona y editado, desde el nº 10 por Buigas Garriga y más tarde también por Estivill y Viña que lo editaron hasta 1983, si bien con algún titubeo o irregularidad desde la guerra hasta 1951, desde 1986 por Bruguera y tras la desaparición de ésta, desde 1988 y hasta 1998 por Ediciones B. Esta publicación, emblemática como pocas, daría nombre popular (el tebeo) a la publicación con que en otros países se conoce la historieta gráfica o el comic. Muchas de sus historias y viñetas no resistirían seguramente el actual espíritu de corrección política y social. En 1936 llegó a tirar un cuarto de millón de ejemplares. La segunda publicación importante fue la revista Pulgarcito, editada semanalmente desde 1921 por la editorial Gato Negro que desde 1940 se convertiría en Editorial Bruguera. Fue retomada por Ediciones B en 1987. En ella y a finales de los 40 se publicaron las primeras historias de Carpanta, Doña Urraca, Zipi y Zape, el reportero Tribulete, la familia Cebolleta, las hermanas Gilda o Mortadelo y Filemón, estos últimos aparecidos en 1958, de la mano de Francisco Ibañez. Eran en la mayoría de los casos antihéroes, personajes sin suerte, que hacían reir o sonreir pero que escondían tras sus diálogos la realidad de una España atribulada por la escasez en una inesperada muestra de realismo social. En 1949 salía «Superpulgarcito» y en 1969 «Gran Pulgarcito». Habría otras publicaciones infantiles pero ninguna de ellas llegaría ni de lejos a la fama ni a la duración de las mencionadas: «Chiquilín» (1924), Pinocho (1925) de Saturnino Calleja, «Macaco» (1928). Y en los años 30, «Yumbo» (1934) de Hispano Americana de Ediciones, resucitado en 1952, «Mickey» (1935) de Molino que publicaría los éxitos de Walt Disney, «Aventurero» (1935), resucitado en 1953, también de Hispano Americana. En 1943 tenemos el semanario «Jaimito» muy parecido, en forma y contenidos, al TBO o Pulgarcito.
Otros títulos destacados eran, en aquellos años «Roberto Alcazar y Pedrín», creada en 1940 por el guionista y editor Juan Bautista Puerto Belda, propietario de la Editorial Valenciana y el dibujante Eduardo Vaño Pastor que se editó hasta 1976; «El guerrero del antifaz» creado por Manuel Gago García en 1944 para la Editorial Valenciana que se editó hasta 1966, llegó a tirar más de 200.000 ejemplares y «Hazañas Bélicas» aparecido en 1948 de la mano de Editorial Toray. En algún caso, alguna de estas publicaciones, como Roberto Alcazar y Pedrín fue acusada por su deplorable maniqueismo, la glorificación de la violencia o fuerza bruta y buena parte de sus mensajes. como el mejor exponente de tebeo del «Régimen». Otras historias fueron las de Juan Centella, el inspector Dan o «El Cachorro» (1951). Había otras como «Las aventuras de Jorge y Fernando» (1944) o libritos de aventuras como «Aventuras de Dick Turpin, el audaz enmascarado» editado por Gato Negro o «Bill Barnes, aventurero del aire» de Editorial Molino, sin olvidar «El coyote» de Jose Mallorquí (1943) o Doc Savage, que conocieron versiones de novela popular, pulp, y de comic o tebeo. La mexicana Editorial Novaro traería por su parte a «El llanero solitario» así como otros títulos importados de Estados Unidos, entre ellos «Superman». Y no podemos olvidar las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, cuya primera novelita, editada en 1943, -escribió unas 1.600 a lo largo de su vida-, se llamaba- «La mascota de la pradera» y fue editada por Ediciones Maisal.
En los años 50 proliferan los títulos de tebeos, (con más de 500 series), pero sin lugar a dudas el tebeo más icónico de nuestra historia es el del Capitán Trueno. Fue creado en 1956 por Victor Mora que firmaba los guiones mientras los dibujos corrían a cargo de Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambros. El primer número se llamaba «A sangre y fuego» y costaba 1,25 pesetas. El capitán Trueno era un caballero español de la Edad Media en tiempos de la 3ª cruzada (finales del siglo XII) que acompañado de sus amigos Goliath y Crispín, y a veces también por Sigrid, novia de Trueno y reina de la isla de Thule se dedicaba a recorrer el mundo en busca de aventuras en las que ejerce de defensor de la justicia y liberador de los oprimidos. El propio Mora estuvo algún tiempo en prisión por actividades «subversivas», era miembro del PSUC. En 1958, Mora retomó la exitosa fórmula del Capitán Trueno (llegó a tirar más de 350.000 ejemplares) y creo una nueva serie: el Jabato, ambientada esta vez en la época romana y dibujada por Francisco Darnís. Al Jabato, campesino ibero reconvertido en héroe contra la opresión romana le acompañaba el fortachón también íbero Taurus, la dama, Claudia, patricia romana convertida al cristianismo y Fideus de Mileto un bardo griego. De Mora y el dibujante Fernando Costa era El Cosaco verde (1960), ambientada en Rusia, que cambió de color para evitar la censura, -eran tiempos en los que la Caperucita no era roja sino encarnada-, y también de Mora fue «El corsario de hierro» (1970), teniendo como protagonista a un bucanero. Tanto el Capitán Trueno como Jabato conocerían en los años 70 nuevas aventuras y mejores presentaciones bajo el añadido de Color, Trueno Color y Jabato Color. Otros títulos de esta década fueron el DDT de Bruguera, la reconversión del serial radiofónico en tebeo, de Diego Valor (1954), impresa por Ediciones Cid que también resucitó, aunque por poco tiempo, la mencionada y una de las más populares revistas infantiles de la postguerra «Chicos».
En los años 60 nacen «Tío vivo», «Tele Color» (1963) donde los personajes de los dibujos animados de la tele encuentran acomodo, «Topo gigio» (1965), «Tintín» (1967), «Bravo», «Gaceta Junior» y «Delta 99» (1968), «Piñón» (1969), curiosa revista editada por Magisterio Español y la Confederación de Cajas y que nos llegaba hasta las escuelas. Me acuerdo perfectamente de ella. Se empiezan a importar, en estos años, con mucha más asiduidad, personajes y materiales desde el extranjero que en las décadas anteriores, todo hay que decirlo, era un hecho bastante excepcional. Todas estas novelas y tebeos eran objeto de alquiler, en algunos de las librerías existentes entonces en el Casco Antiguo y por supuesto del resto de la ciudad. Recuerdo que en la librería de la Pachi, de la avenida de Marcelo Celayeta, (que no se llamaba Pachi, sino Saturnina, Pachi se llamaba su marido), se cambiaban por un módico precio estas novelitas y tebeos. ¡Ay de aquellas veces que alguno que alquiló la novela o el tebeo antes que tu arrancó alguna página de la publicación provocando el natural berrinche y frustración por la interrupción seguramente en el mejor de la aventura!. Seguro que a más de uno le sucedió esto. Los años 70 trajeron alguna publicación de gran calidad como la quincenal «Trinca» si bien apenas duró tres años. Editada por Doncel, contaba con series aventureras más maduras y adultas como un especial sobre la historia del Cid que recuerdo haber visto en mi casa y otras historietas de temática diversa, como «Manos Kelly», «Los Guerrilleros» y «Haxtur». En esta década se reeditaron series históricas como el Guerrero del antifaz (1972), Chicos y Hazañas Bélicas (1973).
También había revistas e historietas para chicas. Todas o casi todas promovían un rol de la mujer que postulaba aquel régimen surgido de la guerra: el único papel de la mujer, en aquel tiempo y en aquella sociedad, era el de madre y esposa, sufrida y abnegada, el descanso del guerrero, como se decía entonces. Entre estas publicaciones se encontraban la revista «Mis chicas» (1941-1950), la primera revista de historietas femenina de la postguerra (con secciones variadas de cine, moral, literatura, consejos, etc) y gran éxito popular, «Chicas» (dirigida a las adolescentes), «Sissi» (1958-1963) con fotos de las estrellas de cine y la canción en portada, «Azucena», «Ardillita» que siguió su estela, «Florita», «Mariló» (1950), Margarita, etc. «Azucena» fue una colección de cuadernos de historietas, representativo del llamado tebeo de hadas, publicado por Editorial Toray entre 1946 y 1971. Como la mayoría de los cuadernos de historietas gráficas del momento tenía un formato apaisado con portada en color e interior en blanco y negro. «Florita» fue, por su parte, una revista juvenil femenina, de las de más éxito de entonces, con más de 100.000 ejemplares de tirada, publicada a partir de 1949, sucesivamente por Ediciones Cliper y desde 1958 por Ediciones Hispano Americana. Incluía historietas y secciones orientadas a la mejor formación de las niñas (pequeños defectos que debes corregir, decoración, vidas ejemplares, consejos, etc) vamos todo un ejemplo de la época del nacional-catolicismo de entonces. Supuso un cambio del tebeo de hadas que representaba «Azucena» y «Ardillita» a la nueva historieta romántica.
Dejando a un lado los tebeos y revistas, debería citar también todos aquellos libros que estaban específicamente orientados, en aquellos años, al público infantil y juvenil. En 1956, Editorial Bruguera lanzaba su colección «Historias Selección», eran libros que contenían versiones más reducidas que las obras originales con páginas, con viñetas, que resumían parte del contenido de la historia. Costaban 25 pesetas. Una bonita manera de introducir a la infancia en la literatura de todos los tiempos. Esta biblioteca juvenil contaba, a su vez, con un buen número de series que agrupaban las diferentes obras publicadas: Clásicos Juveniles (La isla del tesoro, Robinson Crusoe, La pequeña Dorritt, David Copperfield, Oliver Twist, Tartarín de Tarascón, Cuento de Navidad, Los Viajes de Gulliver, etc), Grandes Aventuras, Mujercitas, Cuentos y Leyendas, Julio Verne (La vuelta al mundo en 80 días, Los hijos del capitán Grant, las tribulaciones de un chino en China), Historia y Biografía, Sissi, Pueblos y Países, Pollyana, Karl May, Emilio Salgari (Sandokan), Ciencia Ficción, Nancy, Héroes, Heidi, obras de Mark Twain (El príncipe y el Mendigo, Un yanqui en la corte del rey Arturo, etc), de Alejando Dumas (El conde de Montecristo, Los tres mosqueteros, etc). Durante aquellos años no se perdía la ocasión para, al calor del nacional-catolicismo imperante, obsequiarnos con vidas ejemplares de santas y heroínas como Bernadette o Juana de Arco. En mi surtida biblioteca guardo no menos de una docena de estos libros que conseguí en diversas ediciones de la feria del libro de antiguo y de ocasión de Pamplona.
Editorial Molino fue junto a Bruguera, aunque a gran distancia de ésta, la editorial que más obras publicó destinadas al publico infantil y juvenil. Entre algunas de sus series más famosas estarían las obras de Enid Mary Blyton. Ahí estaban las series de «Los Cinco», «Secreto», «El club de Los Siete Secretos», «Misterio» y «Torres de Malory». Tampoco habría que olvidar las «Aventuras de Guillermo», y sus inolvidables travesuras, de Richmal Crompton. Y aunque ya los cité, al menos una buena parte en la otra entrada del blog, recordaré los cuentos de Perrault, los hermanos Grimm y el danés Hans Christian Andersen, basadas, muchos de ellos, en relatos y leyendas preexistentes, las fabulas de Esopo, Iriarte y Samaniego, los cuentos de «las mil y una noches» (Aladino, Ali Baba, Simbad, etc); el Corazón de Edmundo D´Amicis (quien no se acuerda de Marco), Pinocho, Peter Pan, El libro de la Selva, Tarzan, Alicia en el país de las maravillas, El principito y un largo etcétera. Fruto de la pluma de un sacerdote francés, Michel Quoist, fueron las celebres «El Diario de Daniel», que leí, cuando estab aen el Cardenal ilundain y «El diario de Ana María» dirigidas a adolescentes de uno y otro sexo. Las narraciones de la condesa de Segur; las series de Antoñita la Fantástica de Borita Casas; las aventuras de Mari Pepa, de Emilia Costarelo o las de Celia, de Elena Fortún son algunos de los otros títulos de series de literatura infantil que no quisiera dejar de mencionar en este post. Mención aparte, aunque quede fuera del tiempo de análisis merece la obra editorial de Saturnino Calleja, que publicó casi toda la literatura infantil que se había escrito hasta entonces, (finales del XIX y principios del nuevo siglo), ¿quien no recuerda esa expresión hecha de «tienes más cuento que Calleja»?. Seguro que se me quedarán en el tintero infinidad de títulos y autores. Espero que los lectores sean benevolentes y vayan completando esta modesta entrada que no pretende más que echar una mirada a lo que leímos nosotros, nuestros padres o dependiendo de la edad de quien lea este artículo incluso nuestros abuelos.
Fotos: Archivo propio y de la familia Abarzuza-Fontellas
Falta el Strong, del tardo franquismo. Ahí empezaron a publicar los autores europeos, belgas sobre todo.
Unos títulos para que te pique la curiosidad: Suchai, el pequeño luchador, y antes Mascarita, Toni y Anita y Pacho Dinamita. También me vienen a la memoria «La risa» con Bob’Aina y Pat Acón, despúes Oliman, y otros.