La Pamplona actual: Paseo de los Enamorados y la calle del Vergel (2015)
Miro hacia la derecha del Paseo, hoy ocupado por altos y modernos bloques de pisos -aunque existe todavía alguna parcela sin construir-, que llegan, practicamente, hasta la nueva calle Rio Arga, junto al parque de la Runa, y que antiguamente estaba ocupado por diversas fincas con huertos y arboles frutales, la serrería de Villegas, algún viejo bloque de casas de los años 40 y 50, grandes descampados y las antiguas fábricas de Calzados López e Ingranasa. En este lado descubro, por este orden, y desde Bernardino Tirapu, el Paseo Anelier, la prolongación de la calle Juslarrocha y las calles Carmen Baroja Nessi, Isaba, Errotazar y Parque de la Runa. En terrenos donde antes había una campa y parte de la fábrica de Ingranasa se erige hoy el nuevo Colegio Público Rochapea, a donde se trasladaron los alumnos de las antiguas escuelas del Ave María en el año 2010, momento en que el viejo centro y su nombre dejaron de existir, tras 94 años de historia. (No tenía demasiado sentido trasladar un colegio con su nombre que estaba irremisiblemente vinculado a un origen, una historia y una localización muy concretas, junto a la iglesia del Salvador o del Ave María, como la llamaban muchos rochapeanos). Junto a estas nuevas escuelas hay un paseo, que sorprendentemente le han denominado, también, de los Enamorados aunque el itinerario tradicional del Paseo prosiga su curso hasta el inicio del parque de la Runa.
Llego hasta el inicio de este parque. Ya no existe el viejo camino entre los arboles hasta el puente de San Pedro, ni el viejo puentecillo de Errotazar, ni el viejo canal junto a las viviendas (el antiguo «cauce molinar» que diera lugar siglos atrás a molinos históricos en la antigua Rochapea como el molino del papel o de la pólvora). No hay rastro de las viejas piscinas de San Pedro, tan solo unos bancos de piedra y unos juegos infantiles ocupan su lugar. En su parte más cercana al vial del parque de la Runa unos feos, pero probablemente necesarios muros de contención, construidos después de las catastróficas inundaciones de junio de 2013, intentarán frenar al río en sus próximas crecidas. Sólo dos hitos me recuerdan vagamente el lugar que conociera décadas atrás, la presa y el viejo puente románico de San Pedro. El río, en este lugar, aparece casi oculto por abundante vegetación; en su lecho, sobre unas isletas, crecen numerosos arbustos de gran porte. A partir de este punto, y durante unos metros y momentos, el camino se me hace irreconocible. Allá donde estaba la finca y la casa Lore Etxea está ahora la entrada al complejo deportivo municipal Aranzadi, el viejo camino que bajaba desde el puente de San Pedro se pierde bajo el nuevo puente del Vergel para desde allí ascender por una pequeña senda escalonada al antiguo camino del Portal de Francia. También, si se quiere, puede uno subir una pequeña cuesta y girar hacia la calle del Vergel, que es lo que hago yo en este paseo.
Esta calle, pese al tiempo transcurrido, y a excepción del carácter de vía rápida que adquirió, con la apertura del puente del Vergel, es probablemente una de las zonas que menos transformaciones ha experimentado. Continua sigue siendo una vía, relativamente estrecha, de dos carriles, encajonada entre las murallas del Redin y Aranzadi. Tal y como viéramos en otro tiempo, en esta calle descubrimos el antiguo Instituto Pedagógico para Discapacitados Psíquicos, hoy un edificio cerrado y abandonado, el colegio del Redin con algunas modificaciones estéticas y pequeñas ampliaciones, las casas, las mismas casas que había hace más de 30 años, la Residencia El Vergel, el «aska» que ya veíamos en una foto de Arazuri de 1955, las instalaciones cerradas por una larga valla del Colegio de Educación Especial El Molino y en el lado derecho los lienzos de la Muralla de los frentes de la Magdalena y Francia, restaurados a comienzos del siglo actual. No soy una persona que no sepa aceptar o asumir los cambios. No soy de los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. La ciudad evoluciona y cambia y casi siempre a mejor. Sin embargo a veces los cambios son tan profundos y radicales, como los que sufrió mi barrio en las últimas décadas, que te dejan sin referencias visuales a los que asirte, a los que enganchar tus recuerdos. Por eso, de vez en cuando, se agradece que exista algún rincón en tu ciudad que permanezca casi inmutable, como éste, como recuerdo de lo que fuimos y vivimos. Al fin y al cabo es el escenario de nuestra propia vida.
Salgo de la calle del Vergel y me encamino hacia el puente de la Chantrea. Si algo me llama poderosamente la atención es lo afortunados que somos en esta ciudad por las increíbles zonas verdes y arbolados que tenemos. Es un orgullo y una gozada de la que no todas las ciudades pueden presumir. Desde el puente de la Chantrea observo, a mano izquierda, el viejo puente románico de la Magdalena y a mi derecha el antiguo molino de Ciganda, que hoy forma parte del Colegio de Educación Especial el Molino. A mi izquierda la antigua campa de Irubide aparece llena de arboles. El instituto en el que pase cuatro años de mi vida permanece igual que entonces, sin apenas cambios más allá de las dotaciones anexas que fue incorporando en las últimas décadas. Allí donde estaba el Bar Irubide parte el nuevo camino de Alemanes. Atravieso el Arga por la pasarela de Alemanes, cruzo el meandro de Aranzadi, sin apenas detenerme (otro día le dedicaré un capítulo completo) y finalizo mi paseo enfrente del Monasterio Viejo de San Pedro, estrenando la recientemente colocada pasarela de Errotazar, de todo lo que descrito da buena muestra este amplio reportaje fotográfico.
¡Qué bonito paseo! Hace años que no paso por esas zonas. La Rochapea actual casi no la reconozco. Recuerdo ir de cría con mis amigas a las piscinas de Aranzadi y lo bien que lo pasábamos. Gracias por el recorrido (aunque los ojos me acaban haciendo chiribitas con la letra blanca sobre fondo negro). Saludos.