Mis primeros recuerdos: 1965-1968

Tras doce años de existencia del blog vuelvo la mirada al principio de mi vida: mis primeros recuerdos conscientes. El primer recuerdo que tengo de mi existencia es, como suele suceder en tan temprana edad,  confuso y fragmentado. Tendría apenas dos años y medio. Me recuerdo en los brazos de mi madre, comiendo un platano, observando con curiosidad a unos hombres trayendo a casa los nuevos muebles, (los habían comprado en Muebles Rubio), para el dormitorio de mis padres y mirando por la ventana, viendo como estaban construyendo la fábrica de piensos compuestos, Caceco. Aún no habían cerrado los muros de ladrillo y se podía ver en su interior a algunos obreros afanándose en su trabajo. Debía ser a  principios de 1966.  El mundo, el entorno de mi vida era entonces muy reducido, se limitaba, sin exceptuamos algunos esporádicos paseos, casi exclusivamente, a la casa. Las fotos familiares que incorporo junto a este párrafo datan, la primera  del 6 de  enero de 1965, cuando tenía catorce meses de edad y la segunda del 6 de  enero de 1966, con dos años y dos meses, unos pocos meses antes de mi primer recuerdo consciente. Pertenecían al acto de entrega de juguetes que la fábrica Bendibérica (antigua Frenos Urra) celebraba el día de Reyes en el Teatro  Gayarre para los hijos de sus trabajadores.

Empecemos por el principio. Apenas tengo un borroso recuerdo de la cuna donde dormía. Cuentan, de aquel entonces, que por las noches solía ponerme de pie sobre ella, moviéndola rítmicamente, y daba grandes serenatas a mis entonces sufridos y jóvenes padres. Al parecer tan peregrina costumbre duró hasta el día en que, llevado por algún ritmo quizás más agitado, dí con mis pobres y delicados huesos en el suelo. La primera época de mi vida se extiende desde estos primeros recuerdos hasta el día en que fuí a la escuela, a las cercanas Escuelas del Ave-María, en septiembre de 1968. Tendría entonces cuatro años. Pero no adelantemos los acontecimientos. Son muchas las imagenes que aun guardo de aquella primera etapa pre-escolar. ¿Una sensación?. Quizás la del calor, la seguridad, como si la casa, se hubiese convertido en la prolongación del cálido útero materno. Quizás por eso recuerdo con especial nitidez los fríos días de invierno, aquellas grandes nevadas invernales, que veía con curiosidad y asombro, a través de los cristales empañados de mi habitación, desde mi segura y cálida atalaya. En el interior de la casa hacía calor, era un calor natural que se irradiaba desde la cocina hacia todos los rincones de la casa.

En algunas ocasiones me quedaba solo en la casa. Mi padre estaba en la fábrica, trabajando; mi hermano, cinco años mayor que yo, ya iba a las Escuelas  del Ave María y mi madre se marchaba a comprar a  la tienda de las Amezqueta. Me solía dejar en la cama y me decía que no me levantara hasta que volviese. Alguna vez, sin embargo, dormido, me desperté y descubrí, de pronto, que estaba solo. El sentimiento de soledad y desamparo que experimenté en aquellos momentos debió de ser una de las primeras sensaciones vitales más angustiosas y desasosegantes. Tal fue así que dicen, -yo no lo recuerdo-, que una vez regresó mi madre de la tienda y me encontró junto a la puerta de entrada de la casa, echado sobre el frio suelo, en pijama, y llorando.

Un día era muy parecido al siguiente y sin embargo cada jornada era distinta, llena de pequeñas sorpresas y descubrimientos. Me entretenía con cualquier cosa. Un papel en blanco, quizás algún envoltorio de aquellos «Chocolates Orbea» que solía comprarnos mi madre con frecuencia, podía servirme como improvisado lienzo para plasmar extraños signos, dibujos o mensajes, simples garabatos que dirían los mayores, o plasmación de fantásticos mundos indescifrables para el resto. Mis desayunos y meriendas infantiles se asocian, en mi mente al eterno Cola-Cao, al pan Bimbo, a los bollos suizos y al chocolate. En mi barrio estaba la fabrica de chocolates Orbea. Ahora que rememoro esos primeros momentos de mi vida, recuerdo que  me solía plantear muchas veces porque el tiempo en la infancia y hasta la primera juventud nos parece que corre mucho más lento que en nuestra edad adulta. Creo que es porque en esas dos primeras décadas de la vida todo nos parece, y lo es,  nuevo y diferente. Vivimos muchas experiencias únicas que alargan nuestra percepción del tiempo. En cambio la rutina de nuestras vidas adultas reduce esos momentos singulares, acelerando la percepción del paso del tiempo.

En aquella primera época de mi vida recuerdo que no teníamos televisor. Este, un voluminoso receptor Vanguard de 24 pulgadas, y en blanco y negro, llegaría algunos años más tarde, en la Navidad de 1971. Las charlas e historias familiares, y las voces, músicas y personajes de la radio llenaban, en aquellos años, nuestras vidas. Ojeaba con curiosidad los libros de mi hermano que ya iba a la escuela pues me gustaba aquel olor de los libros recién comprados y aquellas figuras y dibujos, llenos de colorido. En la cocina aún teníamos los muebles que mis padres habían traído del pueblo: una mesa tapada con un hule, unas sillas de madera y un armario. Mis pies colgaban sobre el borde de la silla, la barbilla sobresalía por encima de la mesa, el mundo era para mi demasiado grande. Recuerdo, en aquellos primeros años de mi vida, a mi hermano, como alguien que además de vivir bajo mi mismo techo, velaba por mí. No se si era fruto de un acuerdo tácito entre mis padres y él, o si ese espíritu de protección era propio. Quizás fuera demasiado pequeño para darme cuenta. El caso es que siempre que salía a la calle, me llevaba agarrado de la mano, no dejándome ni a sol ni a sombra provocando, incluso, algún comentario irónico por parte de alguna vecin@ del barrio.

¿Qué otros recuerdos guardo de aquellos años?, mi calle,   la antigua calleja del Ave María, una calleja, como decía Arazuri,  sin urbanizar que nacía de la avenida de Marcelo Celayeta y después de seguir un curso irregular terminaba en fondo de saco. No tenía nombre, se la pusieron los vecinos al estar cerca de las escuelas del Ave María;  la avenida Marcelo Celayeta con sus  barracones comerciales del  tramo más cercano a Cuatro Vientos, el cine Amaya, el campo del «Gure», el monte San Cristobal, Perfil en frio. ¿Qué pasaba en la ciudad en  aquellos años? En esos años que van de 1965 a 1968 se derribaba el caserón donde se alojaba la Escuela de Artes y Oficios y la Academia Municipal de Música junto a la plaza de la Argentina que este año se convertiría en la estación central al aire libre de las villavesas; los militares entregaban simbólicamente la Ciudadela a la ciudad y al poco tiempo se empezaron a construir los cuarteles de Aizoáin; Osasuna abandonaba el viejo campo de San Juan y estrenaba el estadio del Sadar; se inauguraba la planta de automóviles Authi; daba comienzo la 1ª edición del festival de villancicos nuevos;  se ampliaba el tendido de la plaza de toros y las barracas se trasladaron a la Vuelta del Castillo entre otros hechos.

En la televisión echaban series como «Bonanza», «Cheyenne», «Caravana» , «Los Intocables»,  «El Santo»,  «Viaje al fondo del mar» y en la radio, además de las famosas radio novelas, sonaba la música de los grupos pop  que en aquellos constituía la novedad y que marcarían  la memoria musical  de al menos un par de generaciones: Los Bravos, los Brincos, Los Pekenikes,  Los Beatles, Los Rollings, Los Beach Boys, The mamas and the papas, Nancy Sinatra, Simon and Garfunkel, las melodías francesas de Francis Gall o Christophe (Aline), las «marionetas en la cuerda» de Sandie Shaw, el «Happy together» de The Turtles, «Con su blanca palidez» de  Procol Harum y tantas y tantas otras.

Fotos por orden de aparición: Nº 1: En brazos de mi madre, Cecilia Torres, el 6 de enero de 1965. Teatro Gayarre. Foto Ruiz, Archivo familiar. Nº 2: En brazos de mi madre, Cecilia Torres, el 6 de enero de 1966. Teatro Gayarre. Foto Ruiz, Archivo familiar. Nº 3: Últimos restos  del derribo de un edificio en la avenida de Marcelo Celayeta. 1967, Autor desconocido. Archivo Municipal de Pamplona. Nº 4: Programa de Fiestas. San Fermín. 1966, Nº 5: Sucursal del Banco Popular Español en un edificio de viviendas en la avenida de Marcelo Celayeta, muy cerca de Cuatro Vientos. Autor Desconocido. ca.1965. Archivo Municipal de Pamplona, Nº 6: En brazos de mi madre, Cecilia Torres, el 6 de enero de 1967. Teatro Gayarre. Foto Ruiz, Archivo familiar. Nº 7. Escuela de Artes y Oficios antes de su derribo, ca. 1965. Autor desconocido. Archivo Municipal de Pamplona Nº 8: Construcción de edificios de viviendas en el solar de la antigua Escuela de Artes y Oficios. 1967. Eusebio Mina. Archivo Municipal de Pamplona, Nº 9: Andamiaje instalado en el exterior de la plaza de Toros para las obras de ampliación del recinto.  1966. Autor desconocido. Archivo Municipal de Pamplona, Nº 10: Tráfico de bicicletas y vehículos a motor en la avenida de Marcelo Celayeta. Ca. 1963. José Galle Gallego, Archivo Municipal de Pamplona. Nº 11:  Plaza de la Argentina. 967. Eusebio Mina. Archivo Municipal de Pamplona,

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