Vivencias, usos y costumbres en el viejo Pamplona: electrodomésticos y otros recuerdos de aquellos antiguos hogares (1960-1975)

En aquellos primeros años 60, se vivía como he comentado en la anterior entrada de esta serie, con cierta austeridad. Lo primero que se hacía era pagar el piso. Y al contado. El piso de mis padres les costó en el año 1968 unas 216.000 pesetas. Pagado el piso podías empezar a comprarte el resto de electrodomésticos del hogar, pero poco a poco, no todo a la vez como ahora. La primera lavadora que recuerdo haber visto en mi casa era una lavadora Bru de carga superior, esto es, se metía la ropa por arriba. Se llamaban lavadoras de turbina y la que había en mi casa era como la que aparece en la fotografía de la izquierda. Consistía en una cuba o caldero metálico metido en una carcasa, (la nuestra era blanca),  que lo contenía, con una turbina en el fondo de la cuba y un tubo de goma de desagüe. La turbina era de goma de color blanco (también las  había de baquelita). Se llenaba la lavadora con baldes de agua, se metía la ropa, se le echaba jabón, Chimbo en escamas, y se le daba a un mando que había en la zona frontal, que activaba la turbina, produciendo unos remolinos de agua que, junto al jabón, limpiaban la ropa.  Creo recordar además haber visto un calefactor de color negro (me imagino que equipado con unas resistencias) que se metía en el agua de la lavadora para calentarla.



Luego llegarían las primeras lavadoras automáticas de carga frontal con su típico ojo de buey y diversos programas: prelavado, lavado, aclarado y centrifugado. Al jabón Chimbo le sustituiría el detergente en polvo de Ariel o Colón (recuerdo aquellos tambores de detergentes, redondos). Creo que la siguiente lavadora que compramos  fue también una Bru (como la de la segunda fotografía) y posteriormente una Balay, pero entre medias recuerdo haber visto otro electrodoméstico en casa, una secadora Balay redonda (como la de la fotografía de la derecha)   que escurría el agua de la ropa. Había que introducir a presión las prendas, sin tapar el fondo del tambor, colocar un balde junto a su zona de desagüe, dar al botón que había en la parte superior y esperar a que diese unas cuantas vueltas, escurriendo el agua y secando la ropa. Alguna vez si  no se metían suficientes  prendas dentro del tambor se producía  un fuerte meneo  que hacía tambalear el aparato. Terminado el centrifugado cogíamos la ropa  y la colgábamos en  el  tendedero. Había manchas en la ropa que no se quitaban fácilmente y había que lavarlas, a mano, en la fregadera, con el jabón Lagarto. Las prendas delicadas se lavaban a mano  con Norit, el del borreguito. Para que no amarillease  la ropa se utilizaba el azulete (recuerdo el de la marca Cisne que aparece en la fotografía) al que sustituiría años más tarde el llamado «blanco nuclear», que venía en una especie de pastillas. 


Para limpiar los metales teníamos el Netol y para fregar los cacharros (platos, cazuelas y cubiertos)  también Chimbo en escamas y luego posteriormente el Mistol. Fue un gran avance cuando se popularizaron los platos de duralex. Hasta entonces los platos eran de porcelana,  con el riesgo que tenían de sufrir frecuentes desconchamientos. Para quitar  los coscorrones de aquellas cazuelas de hierro,  esmaltadas en rojo, se utilizaban unos estropajos como de esparto duro con una especie como de arena. La lejía que utilizábamos con cierta frecuencia, se llamaba «El Tigre».  La producía la fábrica de Los Hermanos Ardanaz,  ubicada en la carretera de Esquiroz y que tenía tiendas o despachos en los números 16, 18 y 19 de la calle Mayor y en el número 28 de la calle Mercaderes.   Venía en unas botellas de plástico de color verde, amarillo o rosa, creo recordar.  En los años 30 los hermanos Ardanaz comercializaban también otras dos marcas de lejía: La Cruz y La Esmeralda. En aquellos años, la mayoría de las mujeres, como mi madre,  no estaban incorporadas al mercado del trabajo.   A pesar de que mi padre fue un pionero, un adelantado a su tiempo,  y ya desde muy temprana época colaboraba con mi madre en las labores del hogar era muy habitual ver entonces a muchas mujeres entregadas en cuerpo y alma- y sin ningún tipo de ayuda- al hogar y al cuidado  de su familia: comprando, haciendo la comida, limpiando la casa,  etc. 

Recuerdo a mi madre, arrodillada, fregando el suelo de la cocina, o  encerando el pasillo y las habitaciones para que la casa  brillase como los chorros del oro, y por las tardes cuando no había otra cosa que hacer,  tejiendo un jersey, (que cansino era tener el ovillo de lana entre los brazos para que no se enredara), o remendando unos calcetines,  o poniéndole coderas a un jersey o rodilleras a un pantalón,  o bordando alguna de aquellas sábanas blancas y gruesas de algodón que en el verano resultaban tan fresquitas. Había en casa una máquina de coser Sigma como la que aparece en la fotografía de la izquierda. Con ella hizo mi madre infinidad de juegos de sabanas y otras muchas labores a lo largo de su vida. El domingo la gente vestía con sus mejores galas. Había que ir mudado, como se decía entonces. En tiempos,  la muda se asimilaba también a la ropa interior. La mayoría de la gente acudía, entonces,  a la misa de su parroquia, el domingo por la mañana. Por la tarde la  madre te daba la paga para que dieses una pequeña vuelta por el barrio y te gastabas todo el dinero:  generalmente en  chucherias, posteriormente subiríamos a Pamplona al cine y más tarde a otro tipo de actividades y aficiones que ya hemos revisado en diversas entradas de este mismo blog.

El frigorífico o nevera, gran invento, llegaría a mi casa al principio de la década de los 70. Fue un frigorífico Super Ser, como el de la fotografía,  que prestó largas décadas de servicio a la casa. Entonces no existía eso de la obsolescencia programada y había máquinas que duraban y duraban, vaya que si duraban. En mi casa, recuerdo, muy de niño, que se pintaban  las paredes, luego desde 1970 se comenzaron a empapelar, la primera, el cuarto de estar, con papeles como el de la fotografía  que para bien o para mal marcaron una época. Posteriormente vendría la moda de la pintura al gotelé, más tarde la pintura lisa y posteriormente, hoy en día,   hay algunos que todavía empapelan alguna habitación, eso si,  nada que ver con el papel de aquellos años, los papeles  de hoy pueden ser, si se quiere,  de absoluto diseño e increíblemente caros. Junto a este  reinaba en aquellos años el sofa tapizado en cuero, bueno imitación a cuero, pues era lo que se llamaba entonces eskay.  Hubo otros muchos detalles que caracterizaron la estética de  los hogares de aquellos años, además del papel pintado. ¿Quien no ha tenido en casa, en el cuarto de estar, un cuadro con una escena de caza como el de la fotografía, un tapiz, unas figuras de porcelana o unos cuadros decorativos en el pasillo, con recargadas escenas bucólico-pastoriles o  un taquillón y su correspondiente espejo a la entrada de la casa?. Los adornos y tapetes de encaje lo ocupaban todo: mesas, televisores y taquillones. Aquí he citado algunos productos (tanto de limpieza como de electrodomésticos) que se utilizaban en aquellos años en los hogares pamploneses, pero había muchísimos más. La radio y la televisión, también la prensa y las vallas publicitarias estaban llenos de mensajes que invitaban a comprar esto o aquello. Aunque se seguía viviendo  con cierta austeridad, tras el baby boom de principios de los 60 y el desarrollismo económico promovido por el régimen, la población  empezó  a consumir. En una próxima entrada me ocuparé de la publicidad, los mensajes, marcas y formas de aquellos anuncios de los años 60 y 70.

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