2020: un año para olvidar. Reflexiones sobre el año de la pandemia
El 30 de marzo de este año, hace exactamente nueve meses, escribía una entrada en la que recordaba la gripe de 1918 y la comparaba con la pandemia que empezábamos a sufrir entonces, apenas incipiente: hablaba entonces de un millón de afectados y 50.000 muertos en todo el mundo. Hoy, en el día de Nochevieja, una fecha que no celebraremos como otros años, como no hemos celebrado tantas otras cosas en este 2020, -sin ir más lejos los tradicionales sanfermines-, podemos hablar de más de 80 millones de afectados y camino de los 2 millones de muertos en todo el mundo, esto si nos quedamos con las cifras oficiales, porque cuando esto pase, conoceremos, de verdad, el exceso de mortalidad que ha habido en el mundo y probablemente las cifras se multipliquen al menos por dos, de eso estoy casi seguro. Cuando son más las dudas que las certezas, cuando tímidamente se empiezan a inocular las primeras vacunas entre la población más vulnerable y la pandemia lejos de remitir se expande con inusitada velocidad por el Reino Unido y otros países de Europa, algunos de los cuales sufren un estricto confinamiento, miro hacia atrás y también hacia adelante y creo que solo la capacidad de resiliencia, -esa extraña palabreja que tan de moda se ha puesto en los últimos tiempos-, nos permitirá seguir adelante, como personas y sociedades, sin demasiados traumas o efectos secundarios.
Para la historia de la humanidad quedará el confinamiento, en un determinado momento, de más de 3.000 millones de personas, los efectos devastadores sobre las economías de los países y en última instancia sobre la vida de las personas. Recordaremos, de Pamplona, en los momentos más duros, sus calles extrañamente vacías y desiertas, casi todos sus establecimientos cerrados y ello durante casi dos meses, los que van del 15 de marzo al 11 de mayo; la hostelería el doble de tiempo (de marzo a mayo y de octubre a diciembre) y el resto del año, con severas restricciones; los centros sanitarios al borde del colapso en determinados momentos, sobre todo en la primera ola; los entierros rápidos sin haber tenido la oportunidad, en muchos casos de despedir, en el postrer aliento, a esa persona tan querida; los ancianos más débiles falleciendo en las residencias, a veces sin auxilio, porque había que priorizar los escasos recursos de las UCIS en la salvación de otras personas con más posibilidades de supervivencia, así de duro pero así de cierto. Que se lo pregunten, sino a algunos familiares que padecieron esta experiencia.
Son muchos los amigos y conocidos que han pasado la enfermedad, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor virulencia. La segunda ola que tocó techo en octubre en Navarra, con casi 700 infectados diarios, elevó la cifra de contagiados de forma vertiginosa. Navarra, durante algunas semanas, tuvo el dudoso honor de convertirse, por desgracia, en una de las regiones con más incidencia del virus, por número de habitantes de Europa. Hoy en día ha habido más de 40.000 infectados y cerca de un millar de muertos en nuestra comunidad, aunque según las pruebas de seroprevalencia casi 100.000 navarros, uno de cada seis, ha podido estar en contacto, en algún momento con el virus, incluso pasarlo sin síntomas aparentes. Nos ha tocado incorporar como prenda permanente a nuestro vestuario la mascarilla, -a poder ser FFP2-, tanto en la calle como en interiores, el gel hidroalcohólico, las rutinas de limpieza y autocuidados que, en otras circunstancias nos habrían parecido estrambóticas o exageradas. Ya no nos besamos, ni nos damos un apretón de manos. La prevención, la necesidad del distanciamiento social para contener la propagación del virus ha dejado atrás elementales normas de cortesía o educación largamente asentadas. En nuestra vida laboral, incluso social, se ha incorporado de forma natural la videoconferencia.
Ha habido también en estos meses espacio para el justo reconocimiento de algunos colectivos profesionales que han dado el do de pecho pero también habría que recordar las actitudes egoístas e insolidarias de algunos individuos, a los que pareciese que la pandemia no iba con ellos. Y que decir de la clase política: no han estado a la altura en muchísimas ocasiones, les ha faltado altura de miras y velar por los intereses generales de la población. Tampoco los gobernantes han estado acertados: infravaloraron el peligro de esta pandemia, nos trataron como a niños, nos mintieron con el tema de las mascarillas diciendo al principio que no eran necesarias cuando hubiera sido más honesto decir a la población la verdad, que no había existencias ni de este producto ni de otros tantos elementos de protección, repitieron, como un mantra, que no se dejaría a nadie atrás pero buena parte de los autónomos de este país corren serio peligro si esta situación se prolonga. Muchos se han quedado ya por el camino. A veces la situación que hemos vivido, que estamos viviendo, tiene una apariencia de distopía que nunca hubiéramos imaginado que fuera a suceder pues situaciones como las vividas tan solo las habíamos visto en algunas películas catastrofistas o de ciencia ficción.
En lo personal, vamos a decir que hasta el momento hemos tenido suerte, en cuanto a la salud, de todos modos vamos a tocar madera, por si acaso; el blog ha estado, este año, poco activo porque su creador, un servidor, como imagino que todos este año, ha tenido sus altibajos anímicos y escribir una entrada como las que escribía habitualmente hasta este año exigía mucho tiempo y una adecuada disposición y, la verdad, no he andado muy sobrado de ellas, sobre todo de la segunda. Somos humanos y estas cosas nos afectan y yo no he sido un caso aparte. Confío, espero, que este año 2021 podamos ver la luz al final del túnel y que podamos salir reforzados de esta dura experiencia. En cuatro o cinco generaciones nadie se había visto en una situación similar. Insisto lo más parecido por su carácter planetario fue la pandemia del 18 y allá queda. Tras ella vinieron los felices años 20. ¿Vendrán también ahora?. Quiero pensar que si este cataclismo no nos ha hecho mejores, que lo dudo, si nos dará a muchos una perspectiva diferente en la que prioricemos verdaderamente otros principios y valores y sobre todo seamos conscientes de la enorme fragilidad de nuestras vidas, para no desperdiciar nuestro tiempo en nimiedades.
Fotos: Nº 1, 2, 3, 4, 5 y 7. Fotos de diferentes zonas del Casco Antiguo a lo largo de este año de pandemia. Adoquines y Losetas. Autor: Javier Muru Fraile. Foto 6. cartel de la campaña. «Casco antiguo, comercio seguro». Archivo Asociación Casco Antiguo de Pamplona.